Continuamos con nuestro segundo día en Praga y lo hacemos paseando por lo que se convirtió en nuestra zona preferida de la ciudad: el barrio de Mala Strana.
Mala Strana quiere decir literalmente «la ciudad pequeña» y así es, es como ir a otra ciudad, a una ciudad anclada en el siglo XVIII con un barroco perfectamente conservado. Es una de las zonas más antiguas de la ciudad ya que fue fundada en 1237 y fue separada posteriormente de Stare Mesto por el Puente Carlos.
Pasear por Mala Strana es trasladarse siglos atrás e imaginarse carruajes, trajes elegantes, bailes de época… Afortunadamente esta zona de la ciudad no fue destruida por la guerra y podemos disfrutar de su magnífico estado de conservación. Tanto es así, que ha sido escenario de multitudes de películas ambientadas en el barroco.
Nosotros paseamos una y otra vez por esta zona, y en el siguiente post os seguiremos hablando de Mala Strana.
Después de visitar el barrio judío, nos dirigimos al Puente Carlos para cruzarlo y pasar a la otra parte de la ciudad.
Estuvimos paseando por la Isla de Kampa, una preciosa zona del barrio. Situada debajo del Puente Carlos, es una zona que rodeada por el río Moldava y por un riachuelo; el Certovka (quiere decir «río del Diablo» y cuentan que se llamó así debido a una lavandera bastante puñetera y malhumorada que blanqueaba su ropa en el río).
Paseando por esta zona encontramos bonitos rincones como el Molino del Gran Prior; de hecho antiguamente esta zona era conocida porque ser zona de «lavandería» y molinos.
Pero sin duda alguna uno de los mayores atractivos y que más gente reúne en la zona es el Muro de Lenon. Una pared plagada de grafitis y mensajes y donde músicos callejeros se reúnen para cantar entre otras, canciones de John Lenon.
Pero no es solo un muro al que los turistas van a escribir o pintar sus mensajes; es mucho más. Es todo un símbolo de la lucha contra el comunismo. El muro se encuentra frente a la embajada francesa y el simbolismo viene de 1980: cuando Lenon fue asesinado, apareció un retrato del artista pintado en el muro.
El régimen comunista no permitía este tipo de actos (ni de ningún tipo de libertad de expresión) así que procedió al borrado rápidamente, pero igual de rápido que lo borraron, comenzaron a aparecer más pintadas… hasta el día de hoy; y el muro no es solo un homenaje a John Lenon sino un homenaje y un grito a la libertad de expresión. Por cierto que el muro es propiedad de la Orden de los Caballeros de Malta que siguen permitiendo que se siga pintando el muro.
Después de eso nos fuimos a tomar una cerveza al John Lenon Pub, un curioso sitio, muy bonito por cierto cerca del muro y cerca del Molino, donde pudimos disfrutar tranquilamente de dos Pilsner Urquell de 0’5l. por menos de 4 euros en total (tienen también carta de comidas por si queréis comer o cenar allí).
Decidimos que antes de comer iríamos a otra de las visitas importantes del barrio, la Iglesia de San Nicolás.
Antes de entrar en la iglesia, subimos a la torre (70 coronas por persona) para tener otra perspectiva de la panorámica de la ciudad. Una vez llegas arriba, el sitio es algo estrecho pero se tiene una buena vista de la zona vieja (no tanto del castillo por ejemplo).
Por cierto que durante la subida hay varias salas en las que poder pararse.
La Iglesia de San Nicolás, es la expresión barroca más bonita de Praga y sí, realmente es muy barroca y recargada.
El interior es una explosión de arte barroco, tanto de pinturas como de esculturas. Particularmente me gustaron mucho las pinturas del techo y su cúpula.
Tuvimos suerte además porque éramos casi los únicos visitantes porque era ya la hora de comer. Y como el estómago reclamaba combustible, decidimos ir a un restaurante que llevábamos apuntado como recomendado (recordad que en este post tenéis todas nuestras recomendaciones gastronómicas en la ciudad): el Ù Ferdinand donde degustamos un plato de goulash delicioso, un plato de pollo a la ciruela una cerveza y un agua por 336 coronas. Todo un acierto.
Después tomamos el postre en un local cercano que no recomendamos debido a su alto precio: La Caffeteria.
Subimos paseando por la Calle Nerudova (para nosotros una de las más bonitas e imprescindibles del barrio), viendo las preciosas sedes de algunas embajadas con algunas de sus impresionantes estatuas.
De camino hay que pararse en los rincones que esconde el barrio o mirar hacia las casas de los escudos.
Por cierto no os podéis perder entrar en alguna de las tiendas artesanales de marionetas… son una auténtica maravilla… preciosas, algunas muy caras, pero con un trabajo artesanal y totalmente detallado.
Seguimos subiendo hasta llegar al Monasterio Strahov donde además de probar una riquísima cerveza artesanal que solo se hace en ese monasterio (y que desde aquí os la recomendamos encarecidamente), desde allí tienes unas vistas magníficas y gratuitas de toda la ciudad.
Desde allí como ya se iba haciendo de noche deshicimos todo el camino llegando de nuevo a la Isla de Kampa que de noche adquiere un ambiente mágico y misterioso y cruzamos de nuevo al Puente Carlos; que te enamora por completo; de día o de noche da igual, es mágico.
Aprovechamos para divertirnos un rato en una pista de hielo (y comprobar lo torpes que somos) donde solo tienes que pagar el alquiler de los patines (si no los tienes, unos 2 euros). Situada cerca de la Plaza Wenceslao, detrás del Teatro (creo que todos los años la ponen allí).
Terminamos el día en el mercadillo navideño de la Plaza Wenceslao donde aprovechamos para picar algo en alguno de los muchos puestos que tienen por allí, pero el día no podía terminar sin degustar otras cervezas artesanales en «Novomêstky Pivovar» por 90 coronas.
Mala Strana nos conquistó de noche el primer día, pero este día nos enamoró, tanto es así que volvimos al día siguiente para seguir paseando y descubriendo más rincones e incluso volvimos el último día, pero eso os lo contaremos en otro post.
Esto es lo bueno de leer a otros viajeros, que siempre aprendes algo nuevo. No conocía el Monasterio Strahov en Mala Strana. Me quedo con la referencia para próximos viajes 🙂
Muchas gracias Antonio. Un abrazo