Como os contamos en el post anterior, una serie de acontecimientos que se fueron sucediendo unos días antes y durante el viaje por Indonesia, hicieron que cambiásemos los planes que tenía para esta parte del viaje en la Isla de Flores.

En un primero momento la ruta prevista en Flores iba a ser: Bajawa-Ruteng-Labuanbajo, pero como ya sabéis cambiamos todo y establecimos la base solo en Labuanbajo.

Las comunicaciones en Flores son malas, y a pesar de que han asfaltado carreteras y poco a poco hay infraestructuras, esta isla es como un viaje a muchos años atrás. La explotación turística de momento solo ha llegado a la zona del parque nacional de Komodo.

Nuestro interés en visitar el interior de Flores era conocer algunas de las etnias y poblaciones tradicionales como son las que habitan en la zona de Bajawa y Ruteng e incluso quizá llegar a la recóndita aldea de Wae Rebo.

Tras mucho pensar y por quitarnos un poco la espina, el día de antes gestionamos un conductor que nos llevase a la zona de ruteng a conocer un poco a la etnia Manggarei y a ver los famosos campos de arroz en forma de tela de araña.

Ya sabíamos de antemano que sería un día agotador, porque desde Labuanbajo hasta Ruteng teníamos nada más y menos que 120 kilómetros o lo que es lo mismo en Flores: 4 horas de coche (sí, habéis leído bien… 4 horas de coche).

El conductor llegó con media hora de retraso (es que estaba desayunando nos dijo) y comenzamos la ruta «kilométrica» hasta llegar a nuestro destino.

Nada más salir de Labuanbajo, empieza una carretera de subida por el interior de la isla, con curvas, muchas curvas… tantas curvas que cuando llevábamos una hora de camino yo estaba ya malísimo, muy mareado y con sudores fríos (acordándome de la mala experiencia en un barco en Sudáfrica). Hicimos una parada que el conductor y el guía aprovecharon para tomar café y yo aproveché para vomitar todo lo vomitable. Fue un viaje de ida horroroso e interminable, no sabía ya que hacer para no marearme, si abría la ventana me daba frío, si cerraba los ojos todo me daba vueltas… Os prometo que si lo llego a saber, no voy.

Llegamos por fin a nuestra primera parada: los Spider Rice Field, los conocidos arrozales de Cancar, en Ruteng.

Tras pagar 15.000 rupias por persona, subimos por un camino que nos llevaría a la conocida vista de los campos de arroz con forma de tela de araña (a todo esto yo seguía muy mareado y decía, por favor que merezca la pena…).

Una vez arriba estas son las vistas con las que te encuentras, algo único en el mundo y que de antemano parece complicadísimo de realizar.

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Lo mejor de todo fue que cuando subimos tan solo había una pareja que se estaba marchando y después nos quedamos solos y pudimos disfrutar un rato de aquella maravilla. Nos parecieron increíbles sobre todo por lo curiosos que son.

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Estuvimos unos minutos sentados, intentando recuperarme y concienciándome de que tenía que volver al coche por un rato…

Echamos un último vistazo y deshicimos el camino y aprovechamos para visitar un baño… algo rústico vamos a llamarlo, antes de poner camino a la aldea Compang Ruteng. Después de una media hora llegamos a la aldea ya con el estómago algo más asentado.

En la aldea Compang Ruteng, puedes hacerte una pequeñísima idea de cómo era la vida de los Manggarai ya que sólo quedan en pie dos casas tradicionales.

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Para «acceder» a la aldea te piden 15.000 rupias por persona pero además de eso viene un «guía local» al que debes de pagarle una donación… A mi estas cosas ya me mosquean un poco porque aunque la cantidad sea ridícula tu ya has pagado a tu guía y tu conductor. Además resulta que tu no pides el guía local, pero tienes que acceder a ello…

Nos mostraron una casa tradicional por dentro y nos explicaron que en la actualidad tan solo hacen celebraciones en las que el niño se convierte en hombre o ritos funerarios. Lo mejor de la visita fue la amabilidad de toda la gente con las que nos encontramos allí que siempre tenían una sonrisa o un gesto amable hacia nosotros.

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El nombre de Compang viene del altar de piedra que se ubica en el centro de la aldea y que lo utilizan en celebraciones especiales.

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No da para mucho más la aldea… Aprovechamos para dar una vuelta (literalmente) y hacer alguna foto…

Muchos niños están ya muy resabiados y se te acercan con un «hello, give me money», así que tras juguetear un poco con un par de pequeñas, volvimos al coche con un montón de niños detrás que nos pedían dinero para golosinas.

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Nos llevamos un poco de chasco con la aldea no os vamos a engañar, nos imaginábamos algo mucho más tradicional y rudimentario.

Comenzó a llover con fuerza así que no pudimos ver nada de Ruteng más que una iglesia desde el coche, y paramos a comer en un restaurante en el que todos los que estábamos éramos turistas, si no recuerdo mal se llama AGAPE y son el colmo de la lentitud; muy amables, eso sí. Comimos 3 entrantes y dos batidos de vainilla por 120.000 rupias.

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La vuelta a Labuanbajo como os podéis imaginar pues fue igual de mala y pesada… nos mareamos los dos esta vez aunque afortunadamente no tanto como en la ida…

Llegando a labuanbajo paramos en la carretera para poder disfrutar de un bonito atardecer sobre los islotes de la zona.

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Al llegar al pueblo, negociamos la excursión para el día siguiente en una de las muchas agencias que hay esparcidas a lo largo de Labuanbajo y cenamos tranquilamente (y muy bien) en el hotel LePirate (al que iríamos a alojarnos un par de días después). En el siguiente post os contaremos la negociación de las excursiones y lo piratas que pueden llegar a ser e incluso os contaremos un altercado que casi termina muy mal.

Si mereció la pena o no llegar a Ruteng… pues si tengo que ser 100% sincero diría que no… quizá hacer la ruta como teníamos pensado si, pero hacerlo desde Labuanbajo; creedme, no merece la pena. Nos quedamos con las ganas de ver la cueva del Hobbit (donde encontraron restos del el llamado hombre de Flores) y la zona de Bajawa, pero quien sabe, quizá sea en otra ocasión.